Halloween es una fiesta sin sentido. De raíces anglosajonas, la fiesta es popular, jocosa, sus personajes principales son los niños y sus disfraces y aunque tiene el envoltorio de una fiesta de miedo, nadie realmente siente miedo durante Halloween.
Me gusta Halloween no tanto por lo que es, sino por lo que no es. No celebra el nacimiento de ningún ser humano, ni llora la muerte de ninguno, tampoco celebra resurrecciones, ni milagros, no recuerda batallas ni guerras, no celebra revoluciones, ni liberaciones de ningún tipo, no es una fiesta patriótica, ni religiosa, no fomenta odios, ni divisiones, no trata de hacerte creer o venerar nada. No a los grandes, no a los niños.
Es una fiesta civil, popular, que lo único que entrega es una día de festejos sin pedirte o exigirte nada a cambio.
Y de ese tipo de fiestas el mundo necesita muchas más.
El intercambio cultural ha existido siempre y festividades, creencias y celebraciones fluyen y se mezclan entre diferentes pueblos y culturas constantemente. Claro, en estos tiempos lo hacen mucho más rápido. Así, Halloween se ha difundido a otras áreas del mundo.
Allí ha sido recibida y adaptada por algunos, mientras que en otros provoca sentimientos de xenofobia cultural y rechazo, como siempre ha ocurrido con todo intercambio cultural. Pero, parece que Halloween se expande, se mezcla y se inscribe poco a poco entre las fiestas populares tradicionales.
Ya expliqué antes por qué me gusta la fiestecita ésta, así que sólo queda celebrarla, regalar dulces, pasarla bien.
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