Me llaman la atención los sarcasmos de la Historia.
Como si los dioses se rieran de los afanes demagógicos de muchos y, como resultado, les regalaran una sociedad, o un país, exactamente al revés de los que ellos prometen conseguir.
El fascismo, que dice luchar por 'elevar' un país (o una raza, o una civilización) a logros y conquistas cuasi-divinas, generalmente ha dejado esos países en la completa destrucción y en la ruina.
El comunismo, que dice luchar por la libertad de los pueblos y la mejora de las clases desposeídas, generalmente llevan a esos países a largas tiranías y al atraso material de la gente.
Como si los dioses se mofaran de la arrogancia de ambas ideologías (que se creen infalibles), mostrándoles en sus propios resultados cuán equivocadas están. Estos resultados son obvios para cualquier ser humano de mediana inteligencia y normal honestidad, menos por supuesto, para los fanáticos de aquí y de allá que se niegan a reconocerlos.
Los ejemplos históricos abundan. Antiguos y recientes. Un Japón totalmente deatrozado tras la aventura del Emperador y la clase militar. Una Alemania en ruinas, conquistada y dividida después de la demencia de Hitler y los nazis. Una Rusia entrampada en la tiranía policial más larga de su historia tras la 'liberación' bolchevique. O una Cuba bajo una dictadura marxista y convirtiéndose en el país más pobre de Latinoamérica, como consecuencia de la 'revolución popular' de Castro.
¿Hay alguien que le haya causado más daño al Islám que Osama Bin laden, cuya única ambición era - según él - acabar con los 'infieles' y revivir el Imperio Mahometano?
Pero la burla de los dioses no se limita a ideologías fracasadas y a sentimientos religiosos primitivos: puede desplegarse también ante ideas económicas fallidas. Jamás en su historia los EEUU se han visto enfrentados a una debacle social, política y económica como la actual, después del experimento libertario, neo-liberal in extremis, de George W. Bush y su grupo de amigos potentados, que basaba su mecanismo operativo en que se les diera total libertad de 'iniciativa'.
Saco una primera conclusión de estas cosas: no dejarse atraer por el mensaje extremista que promete 'tareas nacionales', 'revoluciones sociales' o paraísos económicos. Mejor, optar por la parsimonia, por el que habla más sensato, más tranquilo y con datos en la mano. Es decir, que nuestra guía sea el cerebro y no las ganas. El conocimiento y no el slogan.
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