No soy capaz de comprender algo infinito. Menos aún imaginarlo. El concepto está más allá de mi capacidad.
Tenemos un signo que identifica lo infinito y religiones que aseguran dioses infinitos. Algo también concebible, pero inasible.
A nuestro cerebro le gusta lo concreto, lo medible, lo que tiene principio, fin y forma. Cosas que podemos mirar, anotar en un papel, recordar, graficar...
Tenemos la idea de infinito aunque no seamos capaces de manejarla. Esa idea fué, quizás, la fruta prohibida del paraíso.
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