Valle de Hula, Israel |
Andamos contando peces – ríos, riachuelos, lagunas
y estanques son nuestra oficina de trabajo.
Agua, lodo, fango, raíces, musgos, rocas - arriba el cielo gris, amenazante, aquí la brisa húmeda. Entramos al agua lentamente, por turnos, y vamos cerrando la red lenta, pero implacablemente. Todo unos profesionales del barro.
Los peces diminutos mueven sus cuerpos helados en nuestras manos - tres cobítides, dos agleset, un zillii... la población escamosa también merece censos.
A los pies del Monte Tabór (algo Jesús hizo allí, no sé qué, pero en la cima hay un convento), corre un riachuelo salvaje. También encontramos karnuním, unos hermosos peces rayados como payasos y con bigotitos.
A mediodía dejamos el valle y subimos hacia el Golán. Más frío, más barro, una llovizna constante.
Desde allá la vista es hermosa - al fondo el Monte Jermón, nevado, abajo el valle Yizreel, el valle de Hula, verdes, verdes. Con todos las posibles combinaciones de verdes.
Simón está agachado agrupando piedras, silencioso como el paisaje. Llena los huecos con ramas y papeles, los enciende. Sus manos duras se mueven con seguridad. Pone encima una tetera metálica, pone té, distribuye tazones de aluminio y se sienta a esperar.
Esperar y contemplar. La gran sabiduría de la naturaleza.
Al rato, deposita en nuestras tazas el mejor té del mundo - hecho sobre fuego, en lo alto de la montaña, en silencio y en calma, mientras el agua regresa del cielo y se deposita sobre la tierra.
Simón, barba profusa, poncho y bototos, parece saber que todo esto ha estado aquí mucho antes que nosotros y que estará aquí mucho después que nosotros.
- Gracias, montaña, por dejar sentarnos un rato, contemplar esta maravilla y tomar un té.
Agua, lodo, fango, raíces, musgos, rocas - arriba el cielo gris, amenazante, aquí la brisa húmeda. Entramos al agua lentamente, por turnos, y vamos cerrando la red lenta, pero implacablemente. Todo unos profesionales del barro.
Los peces diminutos mueven sus cuerpos helados en nuestras manos - tres cobítides, dos agleset, un zillii... la población escamosa también merece censos.
A los pies del Monte Tabór (algo Jesús hizo allí, no sé qué, pero en la cima hay un convento), corre un riachuelo salvaje. También encontramos karnuním, unos hermosos peces rayados como payasos y con bigotitos.
A mediodía dejamos el valle y subimos hacia el Golán. Más frío, más barro, una llovizna constante.
Desde allá la vista es hermosa - al fondo el Monte Jermón, nevado, abajo el valle Yizreel, el valle de Hula, verdes, verdes. Con todos las posibles combinaciones de verdes.
Simón está agachado agrupando piedras, silencioso como el paisaje. Llena los huecos con ramas y papeles, los enciende. Sus manos duras se mueven con seguridad. Pone encima una tetera metálica, pone té, distribuye tazones de aluminio y se sienta a esperar.
Esperar y contemplar. La gran sabiduría de la naturaleza.
Al rato, deposita en nuestras tazas el mejor té del mundo - hecho sobre fuego, en lo alto de la montaña, en silencio y en calma, mientras el agua regresa del cielo y se deposita sobre la tierra.
Simón, barba profusa, poncho y bototos, parece saber que todo esto ha estado aquí mucho antes que nosotros y que estará aquí mucho después que nosotros.
- Gracias, montaña, por dejar sentarnos un rato, contemplar esta maravilla y tomar un té.
Lejos, el mundo sigue su camino.
1 comentario:
mmmmm, con ese frío, debe saber aún más rico ese ya rico té;)
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