12 agosto 2012

R.I.P. mecánico

Punto final. Mi auto murió de muerte repentina y definitiva. Un día de la semana pasada, al tratar de encenderlo en la mañana, el motor hizo ‘ñiiii ñiiií ñiiiíí...’ y no pasó nada. Un segundo y tercer intento produjeron respuestas como ‘takatakata!...’ y ‘trrr trrrr trrrr...’. Mucho ruido, pero poco motor.
Simplemente no partió. Uno, que ya por estas alturas se siente experto mecánico, piensa que simplemente es la batería, va y re-aprieta las conecciones. Un vecino más experto que uno diagnostica que es el ‘starter’. Y así...

Nada. Finalmente uno termina llamando la grúa de la CAA y transportando el autito al mecánico. Ahí queda. Como en el hospital, a espera de los exámenes y el diagnóstico de esos doctores de buzo azul engrasado.
Horas después el llamado no es alentador: ‘Tiene malo algo en la dirección, y los ejes no se qué...’ Pronostican una cuenta elevada.
Me llaman al día siguiente. Dos mecánicos y yo, mirando al auto enfermo, abierto y con las tripas afuera, conversamos sobre las posibilidades de curación. No son muchas y son caras. Mínimo dos a tres mil dólares. Quizás, nos preguntamos, no vale la pena.

Así es que ahí queda. Saco mis cosas de guanteras y maleta, lo cierro y le doy unas palmaditas de gracias y adiós en el capó. En chatarra me darán 600 dólares por él. Se va, finalmente, al cementerio de cacharros.
Gracias auto fiel. Alegremente me acompañaste los últimos cinco años. Al trabajo y a paseos, al supemercado y a vacaciones. Fiel como un perro mecánico. ¡Gracias! Que estés bien allá, en el cielo de los aparatos.

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