Hace ocho años, diecinueve terroristas secuestraban cuatro aviones de pasajeros en la costa Este de los EEUU y minutos más tarde estrellaban dos de ellos contra las Torres Gemelas, en pleno centro de New York - el centro económico más importante del imperio más importante del mundo.
Quince árabes saudíes, dos ciudadanos de los Emiratos Árabes, un egipcio y un libanés cambiaban el curso de la Historia y causaban un terremoto social, político y económico que nos persigue hasta hoy.
Un complot que nació en Filipinas, que se extendió por Europa, por Hamburgo en Alemania y que se consolidó en propio suelo estadounidense desde fines del 2000 dejaba esa mañana de martes, 2.993 muertos - entre ellos los 19 secuestradores - cerca de 7.000 heridos, 1.300 huérfanos y al mundo entero con shock postraumático.
Ya nunca sabremos cómo sería el mundo hoy si no hubiera sucedido ese 11 de septiembre, o cómo hubiera sido el gobierno del republicano George W. Bush. El ataque de esa mañana cambió la Historia de manera radical.
Después vendría la respuesta militar de la OTAN a Afganistán, liderada por los EEUU. Dos años más tarde vendría la controversial invasión de Irak, llevada a cabo por los EEUU más una docena de países aliados.
Y después, las respuestas de las organizaciones islamistas a esas operaciones militares: bombas en el metro de Madrid, en centros turísticos australianos en Indonesia y en el metro y buses de Londres.
En los años siguientes fue quedando en evidencia la incapacidad de Bush, las mentiras de sus consejeros para justificar la guerra con Irak, la incapacidad de Runsfeld para organizar la posguerra, los intereses ocultos de Cheney y la falta de liderazgo claro en las fuerzas americanas, que resultaron en el escándalo de Abu Graib y en la estupidez de Guantánamo.
Todas esas falencias y sus consecuencias pueden observarse hasta hoy:
Al-Qaeda, si bien disminuída, se reorganiza en África, en los Balcanes europeos y en Gaza.
Osama Bin Laden, su líder y fundador aún sigue libre. Zawahiri, el segundo en mando, también.
Los Taliban aún pelean en Aganistán y aún son una amenaza cierta para la débil "democracia" que la OTAN trata de levantar allí.
Irak no logra estabilidad alguna y el país ha desembocado en una guerra civil diaria y sangrienta entre súnis, shiítas y kurdos, con el peligro creciente de convertirse en una colonia de Irán, bajo el mando real de los Ayatolas.
En medio de la crisis mundial pos-11-Septiembre, la administración Bush logró destruir los últimos mecanismos de control sobre la economía estadounidense - y así, mientras se mantuvo ocupado al público con una defensa anti-terrorismo externo, se lo expuso al ataque interno de los terroristas de Wall Street.
Éstos últimos mostraron ser bastante peligrosos - en septiembre del 2008 los EEUU entraron de lleno en la recesión económica más seria del siglo, algo que se venía anunciando y que trataba de ser ocultado por Bush y su corte.
La nueva administración de Obama recibió, en enero del 2009, un país en quiebra, endeudado hasta el cuello, con la tasa más alta de desempleo de la Historia - un precipicio al que arrastró a buena parte de las economías occidentales y mundiales.
Es una trágica coincidencia el que la pelea contra el terrorismo islámico haya recaído en el gobierno estadounidense más incapaz de la Historia. Tal como ha sido una trágica coincidencia el que durante ese mismo gobierno la costa sureste del país haya sido arrasada por Katrina, el temporal más destructor del siglo.
En ambos casos, la respuesta de Bush y su gobierno fue tan inoperante e inadecuada que el vacío de liderazgo fue rápidamente llenado con peleas, acusaciones mutuas, cientos de teorías conspirativas, leyendas urbanas y crímen organizado y del otro.
Es trágico porque el peligro del terrorismo islámico es real. Tan real como el SIDA y el Calentamiento Global - otros dos fenómenos que nos golpean y que fueron dejados de lado por la administración Bush - y hay una necesidad urgente de planear una lucha constante, seria y organizada contra la radicalización islámica en el mundo.
Hace poco estuve en New York y anduve por los alrededores del Ground Zero. Aún no se ve nada, aún es un enorme hoyo en el suelo - hay trabajadores con cascos amarillos y bulldozers moviendo tierra, pero no se percibe plan alguno de reconstrucción.
Como si el liderazgo del imperio aún no supiera realmente qué hacer allí.
Y esa sensación es real: el 9-11 es todavía una herida abierta en el corazón mismo de la cultura occidental. Una herida que será cicatrizada en una próxima generación. Ojalá, una generación más sabia que la nuestra.
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1 comentario:
más allá de la media, es un hecho que cambió de manera dramática el mundo en que vivimos.
va a ser para siempre un punto histórico de gran interés desde todo punto de vista.
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