Cosas de
las que uno se acuerda y no sabe por qué.
Pequeños
momentos olvidados para otros. Momentos que parecen no tener importancia empírica.
Generalmente son escenas borrosas de una infancia bien lejana, cuando los
adultos eran altos y hablaban en marciano. Una calle, una casa, un balcón con un
gato, una noche de tormenta... escenarios que - por alguna razón misteriosa – quedan
grabados en nuestras redes neuronales, impregnados incluso de una sensación onírica.
Íbamos de
vacaciones a Los Andes y nos quedábamos en una casa angosta y larga, llena de
piezas, con un patio medio salvaje y que tenía, al fondo, una cocina enorme
siempre llena de mujeres.
Por
supuesto, yo andaba con mi bloc de dibujo y lápices de colores, así es que
cuando comenzó a llover esa tarde, me senté bajo techo en el largo pasillo
abierto al patio y me entretuve dibujando mientras tomábamos té con pan
amasado, con mantequilla hecha en casa y queso de cabra.
No puedo
imaginar mi edad. Quizás seis, siete años, algo así. Lo que sí recuerdo muy
claro es ese dibujo final, cuando ya había anochecido y sobre Los Andes se desataba
un diluvio acompañado de truenos y rayos. Hice un cielo negro del que emergían
rayos amarillos en forma de zetas, abajo chiquitas, unas casas que parecían no
soportar el viento. De suelo dibujé un río barroso, oscuro. Todos se mostraron
impresionados con mi obra de arte y yo me sentí contento aunque en la realidad
el dibujo me daba un poco de miedo.
¿Por qué
esa tarde quedó impregnada en mi memoria? Aparte de mis papás, ni siquiera sé
quiénes eran los otros adultos en esa casa, menos qué año fué y menos aún qué
lluvia.
2 comentarios:
Buenos escritos que te has mandado Frank, he leido varios de estos últimos.
Te aconsejo que plasmes tus historias en los dibujos en una especie de comics, sería interesante.
hey, qué tal Juan, cómo andas las cosas por allá?
gracias por las visitas y el comentario. sí, es buena idea, trataré de pulirla en algo.
buena semana!
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